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miércoles, julio 13, 2011

junipero serra en park devendorf en carmel california

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franciscanos evangelizadores


Ya habían sido fundadas las misiones de San Diego, San Carlos en Carmelo, San Antonio, San Gabriel y San Luis Obispo; ahora se establecerán las de San Francisco, San Juan de Capistrano, Santa Clara y San Buenaventura. Además, se inicia la fundación de Santa Bárbara, que el P. Serra no llegará a ver coronada porque le visitará antes la hermana muerte.
Su celo por las almas y su dinamismo por levantar más obras, lo espoleaban continuamente para trasladarse de cerro en cerro, entre valles y montañas, y así poder congregar al indio disperso y desprovisto de todo, dándole cobijo y sustento junto a la acogedora misión. Miles y miles de kilómetros pisó en su fecunda vida. Cojeando y valiéndose de un bastón, cruza repetidas veces los floridos campos californianos para visitar las misiones y estar con sus hermanos los misioneros. A todos escucha y atiende. Se hace cargo de cada situación concreta. Busca y presenta acertadas soluciones. Da nuevas orientaciones y consejos acertados. Predica, bautiza, confirma, confiesa y aún le queda tiempo, para él el más precioso, en el que se ocupa de los problemas y necesidades de sus queridos indios.
Aquel hombre de temperamento fuerte y de carácter firme, pero afable, de dotes singulares y de ambiciosas iniciativas, nunca cedió ni jamás retrocedió. Pero al fin cayó rendido en el encuentro con la hermana muerte. Su fallecimiento ocurrió el 28 de Agosto de 1784, en la Misión de San Carlos Borromeo, junto al río Carmelo, cerca de Monterrey.
Entonces pasó a gozar de un merecido premio y descanso en el seno del Padre, junto a los indios que él redimió y que le precedieron: sin duda salieron a recibirle en solemne cortejo a las puertas de la eternidad gloriosa, en compañía de la Virgen, los Angeles y los Santos, cuya devoción tantas veces les inculcó.
Los que quedaron a su lado, lloraban desconsolados la pérdida de un verdadero padre. Experimentaban la triste desaparición de su gran bienhechor. Como expresión del más sincero agradecimiento, amortajaron al «Padre viejo», como así le llamaban cariñosamente, con sus abundantes lágrimas de pesar y las flores de aquellos campos, tantas veces hollados por esos pies ahora fríos, desnudos y trabados sin poder dar un paso más.
Además de la inmensa actividad misionera y civilizadora desarrollada durante toda su vida por el P. Serra, a su iniciativa se deben las nueve primeras misiones de las veintiuna fundadas por los franciscanos españoles en la Alta California; aquellas nueve se establecieron mientras Fray Junípero desempeñaba el cargo de Presidente de todos los religiosos residentes en aquellas lejanas tierras. Con razón, su discípulo, amigo y biógrafo, el P. Francisco Palou, dejó grabadas estas proféticas palabras: «No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía han de quedar estampadas entre los habitantes de la Nueva California».
Desde entonces, su vida, obra y virtudes han merecido la más encomiástica exaltación y gloria, por toda clase de personas, tanto en el orden humano como espiritual. La piedra y el bronce, incluso el cemento, perpetúan su memoria en esbeltos monumentos levantados por donde pasó. La pintura y la escultura han plasmado con variedad de formas y belleza su figura. Las letras no se han quedado en zaga a la hora de transmitirnos sus hazañas y cantar sus glorias.
El 25 de septiembre de 1988, Juan Pablo II, que había visitado la tumba de Fray Junípero en la Misión de San Carlos, lo beatificó solemnemente en Roma.