Ignacio Díaz Morales nace en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 16 de septiembre de 1905, en una casa de la calle Prisciliano Sánchez con número 447 cerca de pavo 8 de julio y donato guerra en el centro
Desde muy pequeño siente un inmenso amor por su ciudad , lo cual se refleja en sus primeros recuerdos: “mi más viejo recuerdo de Guadalajara data de 1910, cuando mi nana me llevaba, a las cinco y media de la tarde, a jugar al jardín de San Francisco con mis amigos. Jugábamos guerras con soldaditos de plomo y canicas. Era la hora en que las calles empedradas eran regadas y olía a tierra mojada”; o “mi mejor recuerdo de Guadalajara
evoca aquellas caminatas de las nueve de la mañana. Las calles recién regadas, los zaguanes relucientes de la primera trapeada, cada uno con su banca. El paseante fatigado allí llegaba a descansar. Los niños bien educados de las casas aquellas salían entonces a preguntarle al peatón si quería un vaso de agua fresca. Todo se hacía a pie. La hospitalidad encantadora de Guadalajara era algo real: todos éramos una sola familia y todos nos conocíamos
De estos y muchos otros invaluables recuerdos de esa Guadalajara, hospitalaria y de una escala adecuada para el transeúnte, surge la inquietud de Ignacio Díaz-Morales por preservar y mejorar su ciudad natal.
El joven ingeniero-arquitecto entró a trabajar en 1930 al Ferrocarril del Sudpacífico, compañía estadounidense que tenía su sede en Guadalajara, donde desempeñó una labor incansable. Proyectó y construyó la estación de Nogales, en la que proclamó mediante la arquitectura que "México estaba allí"; después creó las de Guaymas, Ruiz y otras; así como "casas de acción" para los ferrocarrileros. Por desgracia éstas últimas han desaparecido, pero permanece de ese periodo el Gran Hotel Playa de Cortés, que construyó al ganar el concurso al arquitecto neoyorquino Alfred Hopkins. Dentro de su destacada labor profesional en el campo del diseño y construcción de edificios arquitectónicos y de espacios urbanos, descolló su atinada intervención en la conclusión o remodelación de algunos de los más valiosos edificios patrimoniales y de los más distinguidos espacios abiertos de Guadalajara.
Díaz Morales construyó en 1930 una casa , famosa por su jardín interior, mismo que se convirtió en lección para los arquitectos al mencionar su creador una frase que bien pudiera ser su lema: "Concebir primero la cosa poética y alrededor de ella levantar los muros." A mediados de los años treinta, se interesó por el urbanismo y concibió la cruz de plazas en torno a la catedral tapatía, que se hizo realidad quince años más tarde. A él se deben también la Plaza de la Liberación el Templo Expiatorio y su plaza, la Capilla de las Mercedarias, la Parroquia de Nuestra Señora de la Paz y el Seminario Conciliar; la remodelación del Teatro Degollado, del Hospicio Cabañas y de la catedral de Tuxtla Gutiérrez. Además de numerosas residencias en Guadalajara y conjuntos habitacionales.
la arquitectura es la obra de arte que consiste en el espacio expresivo
delimitado por elementos constructivos para compeler al acto humano perfecto
parte del discurso del arquitecto diaz morales en enero de 1990 en el ITESO
El ser humano busca siempre la belleza como una necesidad de su espíritu. Dios puso en el alma de cada uno de nosotros el anhelo de la verdad, del orden y naturalmente, su corolario, la belleza: el esplendor de ambos.
Acepto dos fantásticas e inmortales definiciones de belleza, la primera de Platón y la segunda de San Agustín: esplendor del orden; esplendor de la verdad. Estas dos ansias del ser humano traen consigo la necesidad de la belleza. El hombre no puede estar sin la belleza. Está verdaderamente impresionado por la maravillosa armonía de la creación (no me gusta llamaría naturaleza, le llamo creación: afirmación de que existe un autor). Aristóteles decía: belleza es la imitación de la naturaleza. Mas no la imitación fotográfica, sino aquel ponernos en esa misma categoría de armonía como existe en la creación.
Por tanto, mi precisión sobre la esencia de la arquitectura es: la obra de arte que consiste en el espacio expresivo delimitado por elementos constructivos. Nos falta precisar el fin de ello: la conjunción al acto humano perfecto. El espacio arquitectónico se hizo desde el origen de la arquitectura para que el hombre lo viva. El hombre necesita aislarse del exterior para tener la necesaria y la correspondiente intimidad para cada uno de sus actos. Cuando cercena un poco del espacio ilimitado es para dedicarlo a un propósito que tiene que llenar con toda precisión y con toda perfección.
Para que esto tenga eficacia es necesario que este espacio que hemos considerado delimitado por elementos constructivos tenga la belleza tal, que realmente actúe como un agente compulsivo para que el ser humano haga su acto más perfecto. Puse precisamente la palabra compeler porque solamente la belleza puede obligar a un ser libre a hacer algo sin que viole su libertad, porque la belleza llega a apasionar al ser humano a tal grado que como que pierde la voluntad para realizar aquello que él se propone.
Por esa razón puse como esencia de la arquitectura la de ser una obra de arte, y para ello siempre acudo a la definición magnífica de Clemente Orozco, obra de arte: creación humana de un nuevo orden. Le puse una palabra al final, "esplendente", para que cupiera dentro de las dos definiciones de belleza de Platón y de San Agustín. Considero que de acuerdo con mis reflexiones y presentada para que se discuta y se llegue a algún acuerdo,arquitectura es la obra de arte que consiste en el espacio expresivo delimitado por elementos constructivos para compeler al acto humano perfecto.
La vida humana es lo más rico y lo más preciado que existe en la creación. La vida humana no solamente es una vida aislada, individual: un hombre solo es absolutamente incomprensible. El hombre, precisamente porque está hecho a imagen y semejanza de Dios, mas no por el cuerpo, porque Dios no tiene cuerpo, sino por el espíritu, y especialmente por la capacidad creadora que Dios le dio por el espíritu, es capaz de crear y es capaz de convivir con los demás. La primera manifestación del espíritu es siempre la comunicación. Creo que la actividad más importante del espíritu es la comunicación. Dios nos indica que la esencia misma divina, la Trinidad magnífica es Padre, Hijo, que tienen el diálogo eterno y verdaderamente infinito del amor que genera el Espíritu Santo. Toda proporción guardada, el ser humano también tiene la necesidad incoercible de la comunicación precisamente porque tiene un espíritu. Entonces la vida humana más perfecta es la vida comunitaria; no la vida independiente, la vida aislada. La vida comunitaria más perfecta es la vida de familia: el paradigma de vida humana, la joya más grande de la creación. Para aquella vida de familia, la arquitectura tiene su género más exquisito: la casa. La casa es donde se lleva a efecto la actividad más grandiosa de la creación, la vida humana perfecta. En la familia -y así son todas las familias- se llevan todos los grados del amor: entre la pareja de los cónyuges, de los padres a los hijos, de los hijos a los padres, de los hermanos entre sí y de esta familia con todas las amistades. Si aplicamos a esto las ideas que sobre cultura he manifestado, encontramos que la casa debe ser la palestra en donde se le rinda culto a la vida y se cultive la vida, donde exista el respeto a la vida humana, a cada uno de los seres humanos; que no le haga vivir en una escenografía, sino en un espacio que sea tan tranquilo y tan sereno, que permita desarrollar las actividades más perfectas de la vida humana. La primera condición que debe tener el espacio arquitectónico será la de comunicar la serenidad adecuada para cada oficio con objeto de que el ser humano, estando tranquilo y sereno, pueda dedicar todas sus actividades al propósito fundamental de ese espacio.
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Podemos decir que si la casa está bien, todo irá bien; si la casa está mal, todo irá mal. Las casas que se están haciendo ahora son verdaderamente inhabitables; en lugar de cultivar la vida de familia la destruyen; todos se van fuera porque es imposible que una familia se reúna dentro, que participe en el plan espiritual, en el plan de comunicación. Eso es una responsabilidad directa de los arquitectos que tenemos que tratar de corregir, porque de lo contrario no estamos cumpliendo nuestro juramento de dedicar nuestra actividad para el beneficio y el servicio de la comunidad. Debemos servir a la comunidad cultivando su vida y rindiéndole culto a su vida y entonces seremos unos verdaderos hombres cultos: generaremos esa nueva cultura que nos importa tanto fundamentar para el próximo siglo XXI.
Son tres ecosistemas los que deben estar coordinados: la casa alrededor de la sacrosanta vida de familia; la ciudad, que es la casa grande de la familia de familias, y por último, el ecosistema de la creación, que rodea a la ciudad. Esta armonía de convivencia que nos enseña la creación la debemos de llevar a la arquitectura, necesitamos hacer que nuestras obras realmente parezcan de convivencia humana, de armonía, y no yuxtaposición de egoísmos.
Nuestras ciudades revelan cada día más un vacío total de autoridad. Los ciudadanos que no tienen voz, porque no tienen capacidades económicas, ni poder político, ni poder ideológico, pero que son la mayor parte y los más sufridos, no tienen quien los defienda. Ese vacío de autoridad permite que cualquier egoísmo se pueda realizar, permite que cualquier individuo -porque tiene poder económico y político- pueda hacer un rascacielos donde se le antoja, sin pensar que esto es un ataque a la comunidad. Si el arquitecto no se convierte en defensor de la comunidad frente a su cliente, con todo el respeto que se merezca, seguiremos siendo los cómplices de este ataque. No nos quejemos después de que nuestras ciudades sean inhabitables, de que vengan autoridades y destruyan nuestra ciudad con pares viales a tres cuadras de separados, que tasajeen, por decirlo así, nuestras ciudades. Tenernos la culpa todos nosotros, y especialmente los arquitectos, por no defender nuestra ciudad. Muchos de los arquitectos están contaminados del consumismo que se ha apoderado de los mass media en una forma tremenda, es él quien dice, con la ignorancia más completa, lo que es arquitectura y lo que no lo es.
El único remedio es voltear los ojos a las escuelas de arquitectura. La profesión del arquitecto no es una profesión que se pueda improvisar. Dios, a cada uno, le ha dado una vocación. Si encuentra el hombre cuál es la suya, su vida será un éxito, y si la falla o si la falsea, será un fracaso. Considero que una de las cosas más importantes que puede hacer una escuela es la deseleccionar a quienes ingresan, que tengan realmente aptitud; de lo contrario se les hace un fraude al hacerlos creer que pueden llegar a ser arquitectos. La vocación no es simplemente un antojo: es una colección de habilidades, de inclinaciones y sobre todo, de genio creador. Quienes no lo tengan, la escuela no se los puede dar. El candidato no lo adquiere, lo puede ejercitar y lo puede enriquecer. El arquitecto nace, no se hace. Una de las razones por la que encontramos tantos esclavos del consumismo es porque existen algunos que se creen arquitectos porque tienen un título, pero no tienen la capacidad de serlo. Como no tienen genio creador, tienen que ir al plagio, a la copia y se están frustrando ellos mismos.
Para la formación del arquitecto es indispensable que el aspirante presente los tres exámenes fundamentales: de preparación, de capacidad y de vocación. El arquitecto tiene que ser un genio creador, no se puede producir la belleza indispensable para que presida el espacio arquitectónico con procesos racionales.
Hay que tener un cuidado muy grande de que en el plan de estudios estén las disciplinas fundamentales, aquéllas de reiteración de actos para crear una segunda naturaleza del sujeto, para que una vez creada, pueda hacer las cosas con la habilidad y con la agilidad necesaria para cumplir con su propósito. La profesión del arquitecto es tan digna como cualquier otra, pero tiene además el aliciente de la capacidad de creación. Las obras del arquitecto son como sus hijos: les engendra vida precisamente porque son obras de arte, porque han sido la creación humana de un nuevo orden, a imagen y semejanza de su creador.
El arquitecto debe ser formado en el concepto fundamental de arquitectura; con la preparación para ser realmente un agente de mejoramiento de la comunidad a la cual va a servir; tiene que estar preocupado por dominar todas las disciplinas constructivas para que pueda imaginar lo construible, para que pueda intuir lo construible (como me dijo Pier Luigi Nervi cuando le pedí maestros en ciencias de la construcción para mi escuela); para que intuyéndolo pueda imaginar los espacios donde la delimitación sea por elementos endilgados al propósito único de hacerlos con la belleza necesaria, para que sean un verdadero cántico a la vida, al culto y cultivo de la vida; que haga del espacio arquitectónico una voz de una armonía total; que haga de nuestras casas, de nuestros edificios, de nuestras ciudades un cántico maravilloso de alabanza al Señor por laudanza al sentido de la vida.
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