martes, septiembre 24, 2013

el.. divorcio como medida higienica discurso de la escritora dramaturga escritora periodista poeta mercedes pinto + en noviembre de 1923 en españa


delia garces y arturo de cordova en la pelicula el. 

 Yo sé, señores, que esta enfermedad pueden llevarla en sí lo
mismo los hombres que las mujeres, pero yo soy mujer y vengo a
hablar por ellas. Los hombres casados con una enferma de este
género lo tienen todo a su favor: «Pobre hombre —dicen— la
mujer es insoportable, es celosísima, es rabiosa, es una fiera; debe
estar chiflada, porque hace cosas muy extrañas». Por fin el marido,
acompañado del asentimiento y la conmiseración de los amigos,
de sus criados y del mundo, toma a la esposa y la lleva a una casa
de salud, o la entrega a sus padres, quedándose él con los hijos,
porque la mujer «no anda bien de la cabeza».
Así dicen; y no andar bien de la cabeza es tener celos infundados
de un marido intachable, es el enfadarse sin causa, es hacer del
hogar una molestia continuada, etc., etc. El hombre
pues, está ya liberado.
La mujer en cambio se casa con un hombre
sano, del cual puede hasta tener certificados médicos,
no tiene tuberculosis ni enfermedades venéreas,
sus hijos, pues, serán saludables. Creo
además, por habérselo oído a médicos alienistas,
que la «paranoia» suele estar oculta en la infancia
y en la primera juventud y desarrollarse generalmente
cuando las preocupaciones y cargas de la
vida se acentúan y pesan sobre el cerebro… es
decir, cuando después de casados, y aún después
de la primera época, el nacimiento de los hijos y
su sostenimiento y educación empiezan a levantar
en el predestinado a la locura las aún dormidas
preocupaciones.
¿Cómo va un médico que examina la sangre
y el pulmón de un hombre a saber que en no lejano día el negro
sadismo se levantará cruel y silencioso entre las sombras de la alcoba
nupcial?
¿Cómo puede el médico adivinar las torturas a que la infeliz esposa
va a verse sujeta? ¿Cómo la verán sus ojos de doctor y humanista
con los dedos retorcidos y la garganta doblada bajo las
presiones y las mordidas que han de dar al sádico el esperado
goce?
Las infinitas crueldades que un enfermo del cerebro puede desarrollar
en el matrimonio sólo puede concebirlas la mente más exaltada,
los celos más insospechados, las manías más torturantes, los
insomnios más tétricos, las bajezas más bochornosas…
Y eso, todo eso que parece ha de ser causa de divorcio, no lo
es ni puede serlo, puesto que el Código aprecia como motivo de
divorcio aquellos golpes de naturaleza tal que pudieran haber causado
la muerte, y una cantidad de testigos que no sean de la familia,
ni sirvientes, sino personas de fuera de la casa que hayan presenciado
los hechos. De manera que todas las violencias, las torturas
y los horrores incontables por asquerosos o brutales que contra
su esposa pueden ocurrírsele a un paranoico, no son nada ante las
leyes; tiene que esperar que le peguen un tiro… (y no la acierten)
para que los jueces piensen que si le acierta… ¡se hubiese quedado
en el sitio! Y por lo que se refiere a los testigos, desde luego comprenderéis
lo imposible de que ciertos martirios, generalmente de
alcoba y nocturnos, tengan testigos, por que no es costumbre que
los amigos estén en la habitación a esas horas, y si la esposa grita,
ya tendrá cuidado de no volver a hacerlo porque
el marido lo impedirá, del modo que pueda, pero
lo impedirá.
Además, todo el ambiente que ayudó al esposo
de la enferma, al recluirla en un manicomio, o enviarla
con su familia, quedándose él con sus hijos,
ambiente que le harán también las mujeres que
se pondrán de parte del marido, le faltará seguramente
a la esposa al tratar de hacer lo mismo. Por
regla general, pocas veces llega al público el verdadero
aspecto de la horrible verdad.
Un señor discutidor, suspicaz, dispuesto a agriar
las conversaciones con frases molestas y hasta llegando
alguna vez a una agresión, no es para los
ojos de los extraños más que un hombre de mal
carácter, o tal vez cuando más «un señor raro»;
pero esas gentes ven las cosas de lejos, no saben
los disimulos, las suspicacias y los engaños con que esos hombres
que no son raros, sino sencillamente enfermos, llegan a ocultar al
público completamente las espantosas negruras de su hogar.
Esa locura engañadora, que lleva generalmente al que la padece
a ver en los demás maldad y refinada malicia, desprestigia a la esposa
del loco, por regla general, y a las iras de éste se les llamará
«mal carácter», y a su sadismo exageraciones de la esposa que
comprende mal las expansiones de un apasionado, y a sus celos
les llamarán «exceso de amor», si es que no —¡lo que desgraciadamente
ocurre!—, se vuelve la opinión en contra de la esposa, y
dicen que algo habrá en ella cuando él la cela.
¿Qué ayuda puede darnos la justicia? Ninguna; porque la locura
por sí no es causa de divorcio