viernes, julio 22, 2011

juana de arco en nuestra señora de paris

             



                       juana de arco
                    nunca insulteis a la mujer caida



Es Francia, en el año 1412, desde 1339 se estaba llevando a cabo la 
Guerra de los Cien Años contra Inglaterra y cada vez con menos 
esperanzas de lograr la victoria. 
Por si esto no bastara, los franceses se hallaban divididos en dos 
partidos: Armanacos y Borgoñeses, cuyas perpetuas batallas 
impedían una acción conjunta contra los invasores.  Finalmente, los 
borgoñeses se unieron a los invasores mediante tratados 
vergonzosos. 
¡Por quién repicaban las campanas! Por la muerte de Francia... Se le 
despojaba de su vestimenta espiritual, la dignidad, el valor y la pureza 
desaparecía del suelo francés, pero cuando daba sus últimos 
suspiros se produjo un milagro… El milagro que daría nueva vida y 
nuevo espíritu a la nación francesa. 
El día 6 de enero de 1412 nació en una humilde casa de la aldea de 
Don Remy, a orillas del río Mosa, una niña quien fue bautizada con el 
nombre de Juana por sus padres Jaime de Arco e Isabel Romee. 
Santa Juana de Arco llamada "La Doncella" nació el  día de la 
Epifanía. Su padre era un hacendado de cierta importancia, bueno, 
humilde y frugal aunque un poco huraño, la madre, quien amaba 
mucho a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres 
domésticos, Juana declaró más tarde: "Sé coser e hilar como 
cualquier mujer"; pero nunca aprendió a leer ni a escribir, sin 
embargo, apenas sabía hablar cuando ya decía el padre nuestro y el 
ave maría. Desde pequeña mostró ya una devoción muy notable. 

Demostraba un fervor al rezar las sencillas oraciones que su buena 
madre le enseñaba, palabra por palabra. Su padre no podía 
comprender la afición de Juana al rezo y a la contemplación pues le 
parecía excesiva. 
Los vecinos de la familia, en el proceso que se siguió para la 
rehabilitación de la doncella dejaron su testimonio: se distinguió por 
su caridad hacia los pobres y enfermos. 
Juana decía "Dios no se cansa nunca de ayudarnos, tenemos que 
imitarlo". Era particularmente bondadosa con los peregrinos. Después 
de su primera comunión, su fervor aumentó y frecuentemente tenían 
que ir a buscarla a la iglesia. Con frecuencia iba  al Santuario de 
Vermont a unos 3 Km de su casa a llevarle coronas de flores y un 
cirio a la Virgen. Invitaba a su hermana menor Catalina, quien se 
cansaba prontamente de rezar, pero Juana sonreía: "A mí no me 
cansa nunca... Eso es lo que más me gusta en la vida. Cuando rezo, 
me parece que Dios y la Virgen están de verdad a mi lado, como si 
quisieran hablarme".  

A los 12 años comenzó a tener visiones, pero éstas  eran todavía 
imprecisas. Era como si Dios la hubiera querido ir preparando.  
Cuando iba al bosque con sus amigas, Margette y Hauviette, su 
madre se quedaba pensativa porque aunque la niñez de Juana era 
feliz, desde hacia poco la niña que era dulce, buena y piadosa 
parecía tener una gran preocupación.  
"¡Señor!, rezaba la madre, "que no le ocurra nada malo, que pueda 
ser feliz". 

La elegida sería feliz de un modo muy especial, con una dicha forjada 
con sacrificios y dolores.  
En aquella época la situación de Francia era realmente desesperada, 
en mayo de 1420 por el Tratado de Troyes, el reino de Francia había 
pasado a manos del rey de Inglaterra, entrando en vigor en el 1422. A 
la muerte de Enrique V (agosto de 1422) y Carlos VI (octubre de 
1422), Enrique VI, nieto de ambos fue proclamado Rey de Francia e 
Inglaterra a los 9 años de edad. 
Su tío, el regente Juan de Lancaster, Duque de Bedfor, gobernaba en 
su nombre casi toda Francia. El hijo de Carlos VI que tenía 19 años 
contaba con una pequeña parte del centro de su reino. Era débil y 
resoluto y estaba rodeado de muchos cortesanos ambiciosos e 
intrigantes que le impedían hacer frente a los ingleses. Carlos VI, o el 
Delfín como se le solía llamar, considerando su situación perdida se 
entregó a frívolos pasatiempos en su corte. 
Algo de esto ya se le había revelado a Juana y por  eso cuando 
estaba en las montañas con sus amigas quedó pensativa y 
entristecida al recordarlo. 
Les comentó que estaba apenada por Francia. 
Hauviette dijo: "Sí; mi padre también habla a veces de esto, pero no 
tienes que preocuparte. ¡Eso es cosa de hombres!". 
- "Ya lo sé, pero yo siento como si tuviera que tomar parte en esa

lucha…" 
- "¡Oh! -Exclamó Mergette, echándose a reír- ¡ya te veo vestida de 
soldado!; ¡El capitán Juana de Arco!". 
- ¡No os burléis! ¡No os burléis! Exclamó ella. Es algo grande, algo... 
Sagrado y se echó a llorar. Y ambas amigas se asustaron. 
Pero ella no podía decirles que desde algún tiempo tenia visiones. A 
los 14 años tuvo la primera de las experiencias místicas que habían 
de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la 
hoguera. Primero oyó una voz y vio un resplandor; más tarde las 
voces se multiplicaron y empezó a ver aquellos rostros celestiales 
que eran San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita por los cuales 
desde su infancia sintió particular devoción. 
Poco a poco le revelaron la misión que Dios tenía destinada para ella. 
Le decían que dios sentía gran compasión por el reino de Francia y 
que ella tenía la misión de salvar a su patria. 
¡Oh, no puedo creer eso que decís! ¿Yo he de ser un guerrero? 
¿Dirigir un ejército? ¡Si ni siquiera ser leer ni escribir! 
Pero el arcángel San Miguel le dijo que Santa Catalina y Santa 
Margarita serían sus instructoras. Envuelta en intensa luz, abrazada a 
las santas y percibía su perfume. 
Pasó el tiempo y empezó a manifestarse en la joven  el don de la 
profecía. Sus voces le habían confiado en parte lo  que estaba 

aconteciendo en Francia: Domémy, población situada  en la frontera 
con Lorena, se veía en constante peligro de un ataque armado. 
Antes de acometer su gran empresa, Juana, junto con sus padres, 
por lo menos una vez, tuvo que huir a la población de Neufchateau. 
Cuando su padre venía a decirles que se prepararan para la marcha, 
ella ya todo lo tenía listo. La muchacha no se atrevía a hablar de sus 
dotes a su padre quien estaba cada vez más intrigado con su hija. 
Ella para no despertar la cólera de su padre mantuvo silencio. 
Pero Jaime vivía obsesionado con un sueño que se repetía, veía a su 
hija Juana delante de los soldados, dándoles órdenes. “Si eso 
pudiese llegar a pasar por su cabeza”, murmuraba a  su esposa, 
"¡sería capaz de matarla con mis propias manos, antes de que llegara 
a realizarlo!" 
Providencialmente, Durand Lassois, pariente de los  Arco, vino a 
buscar a Juana para que se quedara unos días con su mujer quien 
tenía muchos deseos de verla.  
Como Juana confiaba mucho en Durand le relató durante el camino lo 
que sus voces -como ella las llamaba- le habían manifestado. 
Pero en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: 
la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante 
de las fuerzas reales, en la cercana población de Vancouleurs, 
gracias a las insistentes gestiones de Durand consiguió que 
Baudricourt la recibiera. Ella le dijo que le mandara comunicar al rey 
Carlos que no dieran aún batalla a sus enemigos, pues Dios le tenía 
destinada una ayuda para dentro de poco tiempo. Pero después de 
oírla dijo que estaba loca. Ella le explicó que debía hacerla general y 

darle una escolta de hombres armados para ir a la presencia del rey. 
Eran las órdenes. Y,  el próximo año Carlos VII sería coronado. 
Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la muchacha 
diciéndole a Durand que la llevara a su padre con la encomienda de 
que le diera una buena paliza. 
Cuando volvió a su casa Juana tuvo que soportar las burlas y los 
desprecios de muchos de sus vecinos. Algunos afirmaban que había 
puesto a su pueblo en ridículo. 
No obstante, Hauviette y Margette la animaban. Pasaron algunos 
meses, Juana no había intentado nada más porque sus consejeros le 
decían que aguardase. Mientras tanto, sus padres trataban de 
encauzar su camino hacia el matrimonio, el pretendiente era un joven 
bueno y laborioso pero muy apasionado. Juana lo rechazó 
repitiéndole que no se podía casar ni con él ni con nadie, que el 
matrimonio no era su camino. El joven  la amenazó. 
Juana le confió lo sucedido a Margette y le dijo que sus voces le 
habían ordenado que se fuera de ahí. Había llegado  el momento 
doloroso en que tenía que abandonar a sus padres. Los enemigos 
empezaban a sitiar Orléans y ella tenía que empezar a actuar, 
Durand que iba a solicitar la ayuda de Juana porque su esposa 
esperaba un hijo, no sospechaba que estaba siendo una vez más un 
instrumento del destino. 
Juana se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. Baudricourt había 
recibido la noticia oficial de una derrota que la joven había predicho. 
Su escepticismo desapareció: le dio una escolta de tres soldados y la 
mandó a ver el rey. Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre 

para proteger su virtud.  
Cuando llegaron a Chinon donde se hallaba el monarca, Carlos se 
había disfrazado para desconcertar a Juana: pero ella le reconoció 
por una señal secreta que le comunicaron las voces  y que ella 
transmitió al rey que estaba entre los cortesanos habiendo sentado 
en su trono a otro. Ella había dicho en una misiva que lo reconocería 
entre una multitud. Eso bastó para persuadir a Carlos VII del carácter 
sobrenatural de la misión de Juana. Ella le pidió un regimiento para ir 
a salvar a Orleáns. La mayor parte de la corte que la creía impostora 
y visionaria se opuso. El rey decidió enviar a Juana a Potiers a que la 
examinara una comisión de Teólogos. La comisión la  encontró "no 
reprochable" y aconsejó al rey que se valiera de sus servicios. 
Su estandarte tenía bordado los nombres de Jesús y  María y una 
imagen del Padre Eterno, a quien dos Ángeles presentaban, de 
rodillas, una flor de lis, la expedición partió de  Blois el 27 de abril. 
Juana dirigía revestida con una armadura blanca. El 29 de abril, a 
pesar de algunos contratiempos, el ejército entró a Orléans, cayeron 
los fuertes defendidos por los ingleses y se levantó el sitio, Juana 
había recibido una herida de flecha bajo el hombro. Todo lo había 
profetizado. El favorito del rey, La Trémouille y el arzobispo de Reims 
se inclinaban a negociar con los ingleses ya que consideraban la 
liberación de Orlénas como obra de la buena suerte. Sin embargo, 
Juana emprendió una campaña a lo largo del río Loire con un triunfo 
aplastante. Juana quería coronar inmediatamente al rey. El camino a 
Reims estaba prácticamente conquistado y el último  obstáculo 
desapareció con la inesperada capitulación de Troyes. 
El 17 de julio de 1429 Carlos VII fue solamente coronado. Con este 
acto terminó la misión de Juana y su carrera militar de triunfos. Una 
vez más recibió una herida en el muslo durante una batalla en París 
porque el monarca no envió refuerzos. Ya los nobles de la corte la

miraban con recelo. En Compiegne en mayo de 1430 organizó otro 
ataque sin Éxito. 
La joven fue capturada y hasta bien entrado el otoño estuvo presa en 
manos del duque de Borgoña. El rey y sus compañeros la 
abandonaron a su suerte. 
El 21 de noviembre los ingleses la compraron por 23,000 libras 
esterlinas. Juana estaba perdida. Ellos no podían condenarla a 
muerte por haberlos derrotado, pero la acusaron de  hechicería y 
herejía. Y como los ingleses y borgoñeses habían atribuido sus 
derrotas a los conjuros mágicos de la doncella, no  es de extrañarse 
su acusación de brujería. 
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de 
Rouer. El 21 de febrero de 1431 compareció por primera vez ante un 
tribunal presidido por Pedro Cauchón, Obispo de Beauvais, un 
hombre sin escrúpulos. El tribunal elegido por Cauchón estaba 
compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados 
ordinarios. El 6 sesiones públicas y 9 privadas, la doncella fue 
interrogada acerca de sus visiones, voces, vestidos de hombre, de su 
fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin 
defensa, hizo frente a sus jueces. Toda palabra que pronunciaba era 
tergiversada por aquellos miserables. Fue trasladada nuevamente a 
un calabozo, pese a tantos días de privación y sufrimiento una fuerza 
milagrosa sostenía a la doncella. 
El proceso o el calvario de Juana se prolongó desde el 28 de 
diciembre de 1430 al 29 de mayo de 1431. 
Cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint

Ouer, perdió valor e hizo una vaga retracción negando haber recibido 
un mandato celestial. Fue condenada a prisión perpetua; pero los 
ingleses exigían su ejecución. Ya fuere por voluntad propia, ya por 
artimañas de los que deseaban su muerte, Juana volvió a vestirse de 
hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. 
Cuando Cauchón y sus amigos fueron a interrogarla por su 
infidelidad, Juana ya había recobrado su valor, declarando 
nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de 
Dios. 
Era miércoles, 30 de mayo de 1431. Fray Martín Ladvenu fue el 
encargado de comunicar a Juana la sentencia y tras  una edificante 
confesión, la absolvió. 
Cuando se le informó como moriría dijo: 
“¿Por qué ha de ser quemado mi cuerpo, que no ha tocado nadie? 
¡Preferiría ser decapitada a morir en una hoguera!”
Cauchon y los suyos volvieron a intentar que se retractara de todo, 
pero no lo consiguieron. 
Le pidió al Fray Martín la comunión que le había sido negada y se le 
concedió después de una consulta. Si Cauchón hubiera estado 
seguro de la culpabilidad de Juana no habría accedido a semejante 
petición. Esto hace doblemente abominable la decisión de la muerte 
de Juana en la hoguera. 
Cuando hubo comulgado, Juana se puso una túnica y descendió de 
la torre, para subir a la carretera que tenía que conducirla al suplicio. 

La conducta de la doncella fue conmovedora. Cuando  los verdugos 
encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que 
mantuviese una cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el 
nombre de Jesús. 
“¡Dadme agua... Agua bendita… ¡Jesús!… ¡Jesús…!” Murió el 30 de 
mayo en la Plaza del Mercado Viejo, sufriendo el martirio con la 
convicción de haber obedecido los designios de Dios con respecto a 
Francia. 
La santa no había cumplido aún los veinte años. Sus cenizas fueron 
arrojadas al Sena. Juan Tressart uno de los secretarios del Rey 
Enrique VI, hizo eco de que: “Estamos perdidos! ¡Hemos quemado 
una santa! Las protestas por la muerte de Juana se  extendieron y 
Enrique, rey  de Inglaterra mandó muchas circulares intentando 
demostrar que no era más que una farsante. 
Veintitres años después de la muerte de Juana, su madre y dos de 
sus hermanas pidieron que se examinase nuevamente el caso y el 
Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de 
julio de 1456, el veredicto rehabilitó plenamente a la santa. 
Las diligencias duraron ocho meses. De común acuerdo, condenaron 
los procedimientos empelados contra la doncella, haciendo constar su 
deseo de someterse a la investigación del Papa, en lo cual nunca fue 
atendida. La encontraron inocente y ordenaron dos reparaciones 
públicas, una en el cementerio de Saint-Ouer y otra en el lugar del 
suplicio. En el siglo XIX se levantaron varios monumentos, se puso su 
nombre a varias calles y plazas y se intensificó su recuerdo mediante 
libros, medallas y otros objetos religiosos.

En 1863, Monseñor Dupanloap, obispo de Orléans, solicitó al Papa 
Pío IX que se concediera a Juana de Arco todos los  honores de la 
Iglesia. En enero 27 de 1894, el Papa León XIII firmó la introducción a 
la causa del proceso de beatificación. Luego develaron una imagen 
de la nueva beata detrás del altar. 
Más de cuatro y medio siglos después, el 17 de mayo de 1920, el 
Papa Benedicto XV la canonizó. La ceremonia comenzó a las ocho y 
terminó a la una y media de la tarde. 
Después de otorgar la bendición apostólica, exclamó: ¡Santa Juana 
de Arco: Rogad por nosotros! ¡Santa Juana de Arco:  Rogad por 
nuestra Patria! ¡Que desde el Alto Lugar donde está, Ruegue por 
nosotros!